8 de mayo de 2007

Los brazos de María


¿A quién no le impresiona contemplar, la figura de María, al pie de la cruz? Aquella que, tantas veces, advertiría a Jesús sobre la necesidad de ser fuertes ante las dificultades, ha de estar - ahora ella- con sus brazos abiertos para recoger a Jesús bajado de la cruz.

¡Cuánto se agradecen los brazos extendidos! ¡Y, cuántas veces, brazos cerrados ante el drama de muchas personas!

La alegría de la Pascua, nos hace recordar el detalle evangélico: "al pie de la cruz estaba María". Porque, precisamente sus brazos con la ayuda de otros

-pocos pero privilegiados- fueron los encargados de dejar el grano de trigo, Jesús muerto, en el sepulcro vacío.

Los brazos de María, supieron acariciar a Aquel que estaba llamado a la vida y llamándonos a la eterna vida.

En Belén, los brazos de María, recibieron a Jesús con emoción y pobreza. En el Gólgota, los mismos brazos -tal vez más arrugados, caídos y cansados- apretaron con el mismo amor, a un Cristo humillado y desangrado por la humanidad.

Que María, con sus brazos abiertos, nos ayude a no vivir de espaldas a esas situaciones que reclaman nuestro compromiso activo.

A veces podemos correr el riesgo de pensar que, nuestros brazos, no ayudan en nada; que nadie los nota; que no podemos aligerar penas y sufrimientos.

Lo importante, además de ayudar, es no dejar de intentarlo. No echarse atrás.

Como María, que estemos ahí.

Presentamos, en este día del mes de mayo, estas manos. Queremos comprometernos en estar al pie de la cruz de los demás.

TUS BRAZOS Y MIS BRAZOS

Los tuyos, María, siempre abiertos

Los míos, de vez en cuando, cerrados

Tus brazos, María, sosteniendo y animando

Los míos, en algunas ocasiones, echando peso

Tus brazos, María, aguardando

Los míos, a veces, desesperados

Los tuyos, Virgen María, acariciando

Los míos, queriendo o sin querer, arañando

Tus brazos, María, contemplando a Cristo

Los míos, María, perdidos en cosas secundarias

Los tuyos, María, arropando y acunando

Los míos, María, vacíos y egoístas

Los tuyos, María, acompañando al que sufre

Los míos, María, volcados en sí mismos

Tus brazos, María, elevados hacia Dios

Los míos, María, buscando las cosas de cada día

Tus brazos, María, empujando hacia adelante

Los míos, María, cansados de la lucha de cada jornada

Tus brazos, María, reconfortando

Los míos, María, abatidos y deseando ser abrazados

¿Dónde el secreto de tus fuertes brazos?

¿Dónde la fuerza que los mantiene eternamente abiertos?

¿Dónde el secreto de su ser divino?

No me lo digas, María, ya lo sé:

Tus brazos son prolongación

de aquellos otros brazos

que nos aguardan en el cielo: los de Dios.

Amén.

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