¿A quién no le impresiona contemplar, la figura de María, al pie de la cruz? Aquella que, tantas veces, advertiría a Jesús sobre la necesidad de ser fuertes ante las dificultades, ha de estar - ahora ella- con sus brazos abiertos para recoger a Jesús bajado de la cruz.
¡Cuánto se agradecen los brazos extendidos! ¡Y, cuántas veces, brazos cerrados ante el drama de muchas personas!
La alegría de la Pascua, nos hace recordar el detalle evangélico: "al pie de la cruz estaba María". Porque, precisamente sus brazos con la ayuda de otros
-pocos pero privilegiados- fueron los encargados de dejar el grano de trigo, Jesús muerto, en el sepulcro vacío.
Los brazos de María, supieron acariciar a Aquel que estaba llamado a la vida y llamándonos a la eterna vida.
En Belén, los brazos de María, recibieron a Jesús con emoción y pobreza. En el Gólgota, los mismos brazos -tal vez más arrugados, caídos y cansados- apretaron con el mismo amor, a un Cristo humillado y desangrado por la humanidad.
Que María, con sus brazos abiertos, nos ayude a no vivir de espaldas a esas situaciones que reclaman nuestro compromiso activo.
A veces podemos correr el riesgo de pensar que, nuestros brazos, no ayudan en nada; que nadie los nota; que no podemos aligerar penas y sufrimientos.
Lo importante, además de ayudar, es no dejar de intentarlo. No echarse atrás.
Como María, que estemos ahí.
Presentamos, en este día del mes de mayo, estas manos. Queremos comprometernos en estar al pie de la cruz de los demás.
TUS BRAZOS Y MIS BRAZOS
Los tuyos, María, siempre abiertos
Los míos, de vez en cuando, cerrados
Tus brazos, María, sosteniendo y animando
Los míos, en algunas ocasiones, echando peso
Tus brazos, María, aguardando
Los míos, a veces, desesperados
Los tuyos, Virgen María, acariciando
Los míos, queriendo o sin querer, arañando
Tus brazos, María, contemplando a Cristo
Los míos, María, perdidos en cosas secundarias
Los tuyos, María, arropando y acunando
Los míos, María, vacíos y egoístas
Los tuyos, María, acompañando al que sufre
Los míos, María, volcados en sí mismos
Tus brazos, María, elevados hacia Dios
Los míos, María, buscando las cosas de cada día
Tus brazos, María, empujando hacia adelante
Los míos, María, cansados de la lucha de cada jornada
Tus brazos, María, reconfortando
Los míos, María, abatidos y deseando ser abrazados
¿Dónde el secreto de tus fuertes brazos?
¿Dónde la fuerza que los mantiene eternamente abiertos?
¿Dónde el secreto de su ser divino?
No me lo digas, María, ya lo sé:
Tus brazos son prolongación
de aquellos otros brazos
que nos aguardan en el cielo: los de Dios.
Amén.
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