La corona de María, la formamos todos y cada uno de sus hijos e hijas.
Con este pensamiento, iniciamos este encuentro con la Virgen dentro del mes de mayo.
La alegría de la Pascua, Cristo Resucitado, impregnó las sienes y la mente de Santa María Virgen.
!Reina del Cielo alégrate¡ , le decimos en este tiempo pascual. Y es que, mirando a María, no es difícil ver ceñir su cabello, aquella corona que -con el paso de los siglos- hemos ido entretejiendo todos los cristianos.
Unos, sobre su cabeza, destellan mucho. Otros, por el contrario, lo hacen en la medida de sus posibilidades. Pero, en María, -en su corona- todos tenemos un hueco, un lugar para ir constituyendo ese gran pueblo que ama, venera y reza a su Virgen.
¿Nos sentimos parte de esa gran corona de la Virgen? ¿Nos dejamos fundir en palabras y obras para consolidar una corona rica en piedad, oración, caridad, misericordia, dulzura, perdón, afabilidad, etc?
Porque, la Corona de María, no es el oro ni la plata que el fervor ha cincelado, en imágenes más o menos antiguas: la corona de María somos nosotros.
-En cada oración que elevamos a la Madre, su corona resplandece con más fuerza
-En cada mirada hacia Dios, la corona de la Virgen es más radiante
-En el claro y sentido seguimiento al Evangelio, la corona de María se hace más fuerte
En cierta ocasión, un fiel devoto, se comprometió a costear una corona a la Virgen de su pueblo. Una tarde fue presuroso y, situándose delante de María, le dijo: "ya ves; hubiera querido regalarte una corona de plata. Pero me he encontrado con una madre de familia numerosa y necesitada y les he dado aquello que yo te había prometido". María le contestó: "¿Cómo? ¿Qué dices hijo? ¿De verdad que no ves que hoy, mi cabeza, resplandece con más alegría y riqueza que nunca?"
Ciertamente, cuando salimos al encuentro de las necesidades, vamos poniendo quilates (de los que cuentan para Dios) en la corona de la Virgen María.
Ofrecemos, simbolizando todo ello, esta corona con doce estrellas: servicio, amor, paz, perdón, alegría, fe, esperanza, sencillez, fidelidad, obediencia, caridad y servicio.
Quiero ser tu corona;
cuando pienses en Dios
piensa en mí.
Cuando hables a Dios
háblale de mí
Quiero ser tu corona
para que me tengas en tu pensamiento
y me hagas conquistar los tuyos
Quiero ser tu corona
para entender las cosas de Jesús
y hacerlas comprender al resto de los hombres
Quiero ser tu corona
para destellar con luz del cielo
en el tosco suelo de la tierra
Quiero ser tu corona, María,
¿me dejas? ¿Soy el diamante que Tú necesitas?
Cógeme, Madre,
y si ves que no brillo lo suficiente
que tengo frío en el alma
que no defiendo la causa de los pobres
que tiemblo ante los afanes de cada día
que tengo más riqueza por fuera que por dentro
¡Tiéndeme en el crisol que en el cielo se encuentra!
para que así y sólo entonces,
pueda formar parte de esa gran corona
que se funde -no oro ni con plata-
sino con aquel otro metal invisible
que el Espíritu fecunda por nuestra fe:
amor a Dios y amor a los hermanos.
Amén.
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