¡Ojos que no ven, corazón que no siente!, dice el viejo refrán.
En María, esto no se cumplió. Vivió siempre con los ojos puestos en los planes que Dios tenía preparado para Ella.
En Nazaret, con sus pupilas dilatadas, dijo que "sí". Que, estaba dispuesta, como un cheque en blanco para que Dios firmase cuando quisiera y como quisiera.
En el crecimiento de Jesús, abrió bien los ojos para que, Jesús, anduviese por los caminos que conducían a Dios.
En el final de la vida de Jesús, aún con lágrimas, nunca el sollozo se antepuso a la altura con la que, María, encaró y vivió la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.
Y es que, María, abrió los ojos para Dios y, además, le brindó todo su corazón. ¿Se puede esperar más por parte de Dios? ¿Pudo dar más una humilde nazarena que a sí misma?
¿Detrás de que corren nuestras miradas?
¿Vemos la profundidad de las cosas y de los acontecimientos o nos quedamos en la superficialidad?
¿Somos solidarios cuando contemplamos causas injustas que hacen sufrir?
Presentamos, ante María, unas gafas. Que Dios nos ayude a no perderle de vista.
TUS OJOS, MARIA
Son grandes, porque quedaron embelesados
por el anuncio del Angel
Están limpios, por las lágrimas de emoción
en el Nacimiento de Cristo
Son risueños, por la juventud y la hermosura
de Aquella que los lleva
Son inquietos, porque nunca se cansan de mirar al Hijo
Están sanos, porque siempre miraron
en la dirección adecuada
No tienen tensión, porque saben cerrarse
ante Aquel que es descanso
No tienen brizna alguna,
porque Dios los cuida con amor de Padre
No están ciegos porque, al pie de la cruz,
los mantuviste despiertos
No son insensibles, porque desde la cruz,
Jesús los llamó a ver a los hombres como a sus hijos
No parpadean porque, ante la situación del mundo,
saben que han de estar bien abiertos
No huyen, porque ante el mal tiempo,
han de ayudar a los demás a descubrir el horizonte
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