El camino de cuarenta días hasta la Pascua lo inauguramos este miércoles de ceniza. Un símbolo incómodo, que para muchos se ha quedado obsoleto y ya no dice nada... Personalmente, me costó mucho tiempo entenderlo. Me tuve que ir a Rumanía y vivir unos años en una ciudad gris y triste como Bucarest para comprenderlo un poco mejor. Allí reflexioné mucho sobre el gris, sobre por qué mi vida -y puede que la muchos otros- parece más una escala de grises que una paleta de pintor de la que extraer tonalidades y matices diferentes.
Y creo que esto tiene mucho que ver con el símbolo de la ceniza de hoy: la necesidad de pararnos (al menos una vez al año) a preguntarnos si vamos por la vida como hombres y mujeres “grises”, anclados en una rutina que nos deja insatisfechos, como anestesiados. O bien, si tenemos colores brillantes que le dan luz y sentido a cada día. Al marcar nuestra frente con ceniza se te está haciendo una pregunta de esas incómodas: ¿de qué pasta está hecha tu vida? ¿qué o quién le pone color a tu vida?
Y es que de esto va el evangelio entero; no de un cúmulo de normas y prohibiciones, sino de todo aquello en lo que nos jugamos que nuestra vida tenga de verdad color, calor, sabor: la ternura en nuestras relaciones, la capacidad para perdonar, el sentido para afrontar el dolor, las cosas que de verdad nos llenan y aquellas que nos dejan vacíos...
El gesto que vamos a hacer ahora se parece a un bautizo, pero no un bautizo de agua, sino de gris. Un gris que nos recuerda dos cosas: que somos eso, barro, polvo..., muy poquita cosa. Y también, que hay mucha gente “hecha polvo” a nuestro alrededor. Y que no podemos darle sentido a nuestra vida sin “mancharnos” de alguna manera con la gente que sufre y lo pasa mal, sin embadurnarnos con las penas y tristezas de nuestros semejantes, sin que nos salpiquen las debilidades y heridas... Porque los que seguimos a Jesús de Nazaret, sabemos que el camino pasa tarde o temprano por la cruz.
Y sin embargo, lo que hoy celebramos no es ningún motivo de angustia o tristeza, sino de esperanza. El Señor nos recuerda que podemos ser felices. Y felices de verdad, con esa felicidad que yo llamo “la de los lunes por la mañana”, la que nos da fuerza y serenidad para levantarnos cada día y disfrutar de los pequeños detalles de cada jornada. Sí, tenemos esa alegría a nuestro alcance, pero a condición de “reciclarnos”, o sea de liberarnos cada vez más de tantas cosas como nos atan sin darnos cuenta: el consumo de tantas cosas inútiles, la preocupación por nuestra imagen, el miedo al qué dirán, la tentación de ir siempre por libre o el andar tirando piedras al tejado ajeno olvidando que también el nuestro es de cristal.
¿Cómo ser luz para otros así, ungidos y bautizados de gris? Para nosotros es imposible, no para Dios. Ése fue el caso de María: la primera de las seguidoras de Jesús fue una mujer sencilla, una campesina analfabeta. Pero el Señor puso color y calor en su vida. Es lo que le pedimos también para cada uno de nosotros en esta tarde.
Fernando Ales, Miércoles de ceniza, 2010
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