17 de febrero de 2010

Los hombres de gris

El camino de cuarenta días hasta la Pascua lo inauguramos este miércoles de ceniza. Un símbolo incómodo, que para muchos se ha quedado obsoleto y ya no dice nada... Personalmente, me costó mucho tiempo entenderlo. Me tuve que ir a Rumanía y vivir unos años en una ciudad gris y triste como Bucarest para comprenderlo un poco mejor. Allí reflexioné mucho sobre el gris, sobre por qué mi vida -y puede que la muchos otros- parece más una escala de grises que una paleta de pintor de la que extraer tonalidades y matices diferentes.

Y creo que esto tiene mucho que ver con el símbolo de la ceniza de hoy: la necesidad de pararnos (al menos una vez al año) a preguntarnos si vamos por la vida como hombres y mujeres “grises”, anclados en una rutina que nos deja insatisfechos, como anestesiados. O bien, si tenemos colores brillantes que le dan luz y sentido a cada día. Al marcar nuestra frente con ceniza se te está haciendo una pregunta de esas incómodas: ¿de qué pasta está hecha tu vida? ¿qué o quién le pone color a tu vida?

Y es que de esto va el evangelio entero; no de un cúmulo de normas y prohibiciones, sino de todo aquello en lo que nos jugamos que nuestra vida tenga de verdad color, calor, sabor: la ternura en nuestras relaciones, la capacidad para perdonar, el sentido para afrontar el dolor, las cosas que de verdad nos llenan y aquellas que nos dejan vacíos...

El gesto que vamos a hacer ahora se parece a un bautizo, pero no un bautizo de agua, sino de gris. Un gris que nos recuerda dos cosas: que somos eso, barro, polvo..., muy poquita cosa. Y también, que hay mucha gente “hecha polvo” a nuestro alrededor. Y que no podemos darle sentido a nuestra vida sin “mancharnos” de alguna manera con la gente que sufre y lo pasa mal, sin embadurnarnos con las penas y tristezas de nuestros semejantes, sin que nos salpiquen las debilidades y heridas... Porque los que seguimos a Jesús de Nazaret, sabemos que el camino pasa tarde o temprano por la cruz.

Y sin embargo, lo que hoy celebramos no es ningún motivo de angustia o tristeza, sino de esperanza. El Señor nos recuerda que podemos ser felices. Y felices de verdad, con esa felicidad que yo llamo “la de los lunes por la mañana”, la que nos da fuerza y serenidad para levantarnos cada día y disfrutar de los pequeños detalles de cada jornada. Sí, tenemos esa alegría a nuestro alcance, pero a condición de “reciclarnos”, o sea de liberarnos cada vez más de tantas cosas como nos atan sin darnos cuenta: el consumo de tantas cosas inútiles, la preocupación por nuestra imagen, el miedo al qué dirán, la tentación de ir siempre por libre o el andar tirando piedras al tejado ajeno olvidando que también el nuestro es de cristal.

¿Cómo ser luz para otros así, ungidos y bautizados de gris? Para nosotros es imposible, no para Dios. Ése fue el caso de María: la primera de las seguidoras de Jesús fue una mujer sencilla, una campesina analfabeta. Pero el Señor puso color y calor en su vida. Es lo que le pedimos también para cada uno de nosotros en esta tarde.

Fernando Ales, Miércoles de ceniza, 2010

No hay comentarios: