14 de marzo de 2012

Aprende a mirar


No perdamos la vida en miradas chatas. Alcemos los ojos, más allá de los muros pequeños que quieren restringir nuestra vista. Aprendamos a escalar las tapias, y a indagar, más allá. Más allá de la convención y la rutina. Más allá de lo que se lleva o no se lleva. Más allá de la fe rebajada, o la increencia de moda. Más allá de los tópicos y las discusiones interminables. Más allá de la queja infantil. Más allá de la palabrería… Mucho más allá.

Aprender a mirar - Ambición

«Ambicionad los carismas mejores» (1Cor 12, 31)

Supongo que hay una ambición que no es muy sana. Acumular prestigio, riquezas, poder, triunfo, seguridad… Si esa es la única meta puede terminar encerrándonos en una jaula de oro. Pero cabe otra ambición profunda. Aspirar al amor. A la fe. A la justicia. A Dios. Aspirar a una vida llena –que se llena al vaciarse de humo- Y no limitarse a estar sentado, esperando que algo pase. Buscar. Sin decirse “algún día”. Buscar respuestas. Buscar mejores preguntas. Buscar algo que dé sentido a cada día. Buscar versos que reflejen la verdad que perseguimos. Buscar a Dios ¡Es la hora!

¿Qué busco yo en mi vida? ¿Qué hay de búsqueda en mis días?
Y a Dios, ¿cómo le busco? ¿Y dónde le encuentro?

Llegar a ti, entonces, es buscar...

Llegar a ti, entonces, es buscar
la voz de un niño entre la multitud,
recoger el miedo interminable
que origina un viento nocturno,
iluminar el amor con una lámpara
de primitivo y de dulce aceite,
tocar con los dedos un pájaro de azúcar
que besa el cuello de las mujeres,
limitar la invasión de la nieve
que llega con sus armaduras de frío
y verte tranquilo y reposado
quemando el intacto silencio.

Óscar Acosta

Aprender a mirar - Encuentros

«Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y os abrirán» (Mt 7, 7)

Eso es lo bonito. Que el que mira, al final, descubre. El que busca, al final encuentra. Y entonces hay instantes de esos que se convierten en referencia. Memorias que nos dan motivos para caminar. Vivencias que ya nadie nos puede quitar. Caricias que se convierten, para siempre, en roce vivo. Instantes de comunión en los que la fe, por un rato, tiene más de respuesta que de pregunta. Celebraciones auténticas. Fiestas donde la alegría es tan real que sonríes al recordarlo.

¿Qué momentos han sido para mí momentos de encuentro, de profundidad, de vida? ¿Qué nombres están ahí?
Y desde la fe ¿alguna vez me he encontrado así?

Tú eres tú

No te merezco, no. Yo canto, canto,
y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto.
Oh, bajo y pobre mundo, limitado
poder de la expresión, oh lengua mía.
en cambio tu mirada, qué logrado
silencio y poderosa luz del día.
Tú me devuelves más que yo te he dado,
pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.

Vicente Gaos


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