19 de abril de 2010

¿Quién dijo no sé si eligiré bien?


Hola a todos y todas, algunos de vosotros me han preguntado cuando iba hacer otra de mis reflexiones. Ya hace tiempo que no escribía una entrada para el blog, para el que halla vividos la experiencia ERASMUS sabe de lo que hablo, o para aquellos que no tengan este placer, es como irse de viaje a un ciudad hermosa y de la que no puedes escaparte sin conocer todos sus rincones, sus olores, costumbres, y otras cosas más.

Tenía pensado hacer una entrada de despedida, porque no pude despedirme de todos antes de iniciar esta nueva vida durante 6 meses, pero luego cuando iba actualizando el blog durante las semana de cuaresma, fui cambiando de idea y en semana santa regresé para disfrutar de esa semana en la que todos nos volcamos con las hermandades y Jesús es tan importante, esa semana en la que nos ponemos nuestras mejores galas para salir a ver a la Virgen María, entonces me puse a pensar el Domingo de ramos mientras veía salir a la Sagrada Cena vestido de diario, porque tanta gente se agolpa en las puertas de las parroquias y bien vestidas, durante el año las personas que asisten a las celebraciones se pueden contar con los dedos,¿Por qué a la gente le da miedo sentirse cristiano? El viernes santo regresaba a Verona, Italia y dije aquí lo sentirán más que en España y estarán las calles llena de gente, los bares abiertos para hacer su Agosto, pero la sorpresa que me llevé es que no había nadie por la calle, todas las tiendas estaban cerradas, llegado el sábado y por la noche vimos a grupos de jóvenes, y familias con velas por las calles y es ahí donde respondí a mi incógnita de ¿Por qué a la gente le da miedo sentirse cristiano? Y es porque aquí lo viven de otra forma, lo viven todo como una familia, una comunidad, a nadie le da verguenza decir soy crisitano y es porque sabían que Jesús había resucitado. Muchos de vosotros habéis vivido esto durante las convivencias de Pascua, espero que os halla servido de algo, por eso el titulo de mi entrada es ¿Quién dijo no sé si eligiré bien? Muchas veces nos enfretamos a decisiones tan imporantes en nuestra vida que nos cuesta decidirnos por miedo a ver si será la correcta o no, como por ejemplo las carreras universitarias, casarse, ser partidario político, ayudar a dos amigos que se han peleado, morir uno para salvar al mundo entero como hizo Jesús. A continuación os dejo un video que me envió Pablo, y que refleja esta pregunta.

Por eso la conclusión que he llegado con esta pregunta es que no tenemos que tener miedo a dar el primer paso, el segundo paso siempre lo da alguién con nosotros en el mismo camino, porque no estamos solos si sabemos lo que queremos. Yo también tuve que elegir si venirme sólo o quedarme en Huelva, pero algo me dijo que no iba a tener esta oportunidad, al principio fue difícil pero luego te encuentras personas en tu camino que te ayudan. Es difícil decir que voy un viernes a los grupos, es difícil tener Fe en Cristo, es difícil ver a Jesús en las acciones de las personas, pero si no pruebas nunca podrás decir que no te gusta, por eso y con esto termino:
"Elijas lo que elijas siempre será la correcto porque Jesús (BuenaJente) está a tu lado"

P.D: Os dejo otro video que he leído recientemente en una noticia, seguramente ya muchos no nos acordaremos de la desgracia de Haití como no sale en televisón, pues aquí os dejo el videoclip de la canción que a producido carlos jean con varios artistas famosos para recaudar fondos, atención a la letra, también nos puede servir para emplear en nuestra vida.

Sin más un abrazo y un beso fuerte para tod@s. Ciao ragazzi!!

13 de abril de 2010

¿Y TU, QUE BUSCAS?

LA FE DESDE LA EXPERIENCIA DE MARIA MAGDALENA (Jn 20,11-18)

A veces, demasiadas veces, entender la fe sigue siendo un ejercicio plagado de malabarismos conceptuales. No digamos cuando se trata de dar razones o tratar de “explicarla” a otros. Quizás en esos momentos, la Palabra de Dios nos sorprende por su capacidad de aportar relatos que nos “leen”, como el mejor espejo en el comprender con hondura la propia experiencia.

Los textos de la Pasión y la Pascua, los primeros cronológicamente elaborados de los evangelios, conservan una carga afectiva y simbólica única para los creyentes de todos los tiempos. Un ejemplo maravilloso es el episodio de la aparición del Resucitado a María Magdalena.

Es curiosa la cantidad de textos bíblicos que comienzan con una experiencia de muerte o sufrimiento: la esterilidad de una mujer, la opresión del pueblo, la enfermedad incurable de un
personaje... Personalmente, creo que encierran una pedagogía maravillosa: para hacer experiencia de Dios hay que conectar con lo débil, lo vulnerable, incluso con lo que nos hace sufrir. Para tantos seres humanos del planeta supone la posibilidad casi connatural de identificarse con esos pasajes. A muchos de nosotros, por desgracia, no termina de convencernos que sean precisamente nuestras heridas y nuestros signos de muerte los que nos ponen en la pista de despegue hacia el Señor...

Para María Magdalena, la experiencia de muerte no es “sólo” la de alguien querido. Es un
acontecimiento que le afecta a ella misma por entero. Entra en escena como una persona que ha
perdido su Punto de apoyo, Aquel que le servía de fundamento y referencia. Por eso gime a la
deriva, desorientada y sin respuestas. Como en todo duelo, hay una primera fase en la que el
propio vacío y desconsuelo se proyecta como acusación (“Se lo han llevado”), como queja ambigua y difusa. En estos tiempos de secularización, descrédito e increencia, también la Iglesia de Occidente (y cada uno de nosotros) corre el riesgo de perderse en reproches estériles o en
negación de una realidad que frustra nuestros deseos y expectativas.

Pero la discípula no cae en por mucho tiempo en la tentación de buscar culpables ni de
intelectualizar su situación. La Magdalena va a tener que afrontar pronto preguntas que afectan a
su misma identidad: “¿Por qué lloras?” “¿A quién buscas?” Y se abre, casi sin darse cuenta, al
encuentro con Jesús, gracias a dos actitudes fundamentales: la búsqueda sincera y profunda y,
también, la capacidad para afrontar el dolor, la pérdida, el vacío..., sin llenarlos apresuradamente de palabra y discursos. Quizá por el hecho de ser mujer puede sentir con tal intensidad y matices que toda su persona aparece implicada sin fisuras en esa experiencia: su afectividad, su mente, su mismo cuerpo...

La narración condensa, pues, todo un proceso de fe con etapas (búsqueda-aproximación-
encuentro-confesión-anuncio) y percepciones progresivas (soledad, ángeles, hortelano, Jesús).
Pero sin olvidar que, en definitiva, el encuentro con Jesús se le da como don y no como conquista suya. Pedro y Juan habían tenido la oportunidad de ver los signos de la Resurrección, el sepulcro vacío. Y dice el mismo evangelista que el segundo “al ver aquello creyó”. Sin embargo a ninguno pareció ser capaz de realizar, por el momento, la experiencia de aquella mujer.

Quizá porque María aprendió –al oír su nombre– que la experiencia de Dios toca la raíz más honda de la persona. No pertenece al ámbito de lo especulativo, ni de lo meramente sensitivo, sino al de la propia identidad. La fe parece ser “simplemente” eso: la profunda experiencia de sentirse nombrado por Dios, como alguien único e irrepetible. Y eso no es una bonita imagen poética: nada hay más concreto, más real y transformante que lo que ponemos en juego en esta dimensión última de nuestro yo más íntimo. Cuantos hayan oído su propio nombre en labios de su amante podrán entenderlo mucho mejor...

Otro aprendizaje clave que realiza la de Magdala es que, para escándalo de los tratados de espiritualidad, Dios NO la colma por entero. María trata de aferrarse a Aquel que la conoce por dentro y la nombra. Pero Dios (al menos nuestro conocimiento de Él/Ella) no apagará nunca
nuestra sed de búsqueda. El Resucitado sigue siendo el Crucificado y en la cruz se va al garete
la “cuenta corriente” de nuestros conceptos aprendidos sobre Dios.

Por eso, la experiencia del creyente está hecha de intuiciones que han de ser mil veces abandonadas y rehechas. Podemos “tocar”una idea, un dogma, una definición sobre Dios, pero nada más. Por eso la mayoría de nuestros conflictos intra-eclesiales y comunitarios que atañen a cuestiones religiosas y teológicas hablan de una identificación bastante ramplona del Dios-Misterio con algún tipo de sucedáneo. Y no cabe más remedio que pensar que, cuando enarbolamos como estandarte la defensa de los sacramentos, la pureza doctrinal, los pobres, la observancia a las tradiciones, etc., estamos parapetándonos demasiadas veces detrás de nuestras propias ideologías y seguridades. Si hay algo opuesto a cualquier fanatismo es la fe de manos vacías y corazón roto (pero enternecido) de la Magdalena.

Paradójicamente, lo que posibilita y nos predispone para el encuentro con Dios, como nos
recuerda María Magdalena, no está en la “fuerza” de nuestras convicciones, sino en la capacidad
de... ¡llorar! No entendida como actitud de victimismo, ni como la de quien va por la vida
arrastrándose y lamiendo sus propias heridas. Sino más bien como el reconocimiento más honesto de nuestro ser-incompletos y en la valentía (¡tan difícil!) de hacer camino detrás de lo que nos da Sed; y no de cuanto nos deja –aparentemente– saciados. Los creyentes seguimos por lo general demasiado atascados en demasiadas “mediaciones” (ritos, roles eclesiales, actividades pastorales, gestos caritativos...) en las que proyectamos nuestras propias necesidades y deseos, y que nos hacen sentirnos a buenas con Dios. ¡Pero, ay si nos sacian y apagan nuestra nostalgia de Trascendencia!

Cristo remite a María al seno de la comunidad, como primer testigo. El encuentro con el Resucitado no es un proceso intimista, al margen de los demás. Y el mensaje es simple: “He visto al Señor”. ¡Qué faltos estamos de hombres y mujeres que nos hablen así, en primera persona, de su propia experiencia! En cambio, ¡cuánta palabrería vacía satura generalmente nuestras asambleas y celebraciones!

Ojalá en esta Pascua nos sintamos de nuevo “nombrados” en lo más hondo por el Jesús de la Vida. Yo también ando en ello...

Fernando Ales

5 de abril de 2010

No seas incrédulo sino creyente


La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».

¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».

Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».

¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.

No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.

José Antonio Pagola